Enrique Jardiel Poncela

Motivos para leer «Amor se escribe sin hache» de Enrique Jardiel Poncela. Blackie Books.

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Enrique Jardiel Poncela, Amor se escribe sin hache. Blackie Books. Presentación de David Trueba

Mi lectura:

«Gano mi dinero honradamente, con el trabajo de mi cerebro, lo cual es poco frecuente entre la gente de pluma (literatos y avestruces).»

«El romanticismo no es sino la aleación de la sensualidad con la muerte.»

«Soy sincero, como lo observarán cuantos lean estas páginas. Sin embargo, en las cosas pequeñas miento mucho, miento sin causa, miento por el placer de mentir.»

«La literatura dramática contemporánea está representada por los hermanos Álvarez Quintero, cuya labor españolísima y saturada de ingenio es soberbia. Y diré esto porque, en cierta interviú, los hermanos Álvarez Quintero declararon que yo escribía bien (Sociedad General de Bombos Mutuos. Capital, doscientos mil millones de pesetas.)»

«Creo que Larra ganó en prestigio muriéndose del pistoletazo que se disparó, pues al suicidarse por el desvío de una mujer, demostraba que su privilegiado cerebro había entrado en decadencia.»

«Tampoco intentaré roturar el campo de lo humorístico, porque todos los campos espirituales son infinitos e inconmensurables y no se sabe de ellos sino que limitan: al norte, con la muerte; al sur, con el nacimiento; al este con el razonamiento, y al oeste, con la pasión.»

«Las mujeres no entienden otra música que la ejecutada con las trompas de Falopio.»

«La vida está llena de sorpresas y protozoos del paludismo.»

«El mozo llevó la cerveza; sirvió el café, después de tirarlo en el platillo, en la mesa y en los pantalones de Zambombo, y se alejó satisfecho de su obra.»

«-Soy tan romántica… -susurró ella. -Sí -repuse yo con arrebatada elocuencia.»

«Pasó todo el día meditando sobre el asunto y, como ocurre siempre que se medita, concluyó por alejarse diametralmente de la verdad.»

«Pertenecía a esa salsa gris y espesa en la cual flotan innumerables cretinos, que se conoce con el nombre de buena sociedad.»

«Los acontecimientos se precipitan, como escriben los retrasados mentales de la literatura.»

«¡Cómo va a sufrir la pobre mamá! Lo único que me consuela es pensar que murió hace ya quince años.»

«La garganta de la mujer no está diseñada para discutir a media voz.»

«Por lo demás, los humanos somos una reunión de bestias que nos pasamos el día metiendo y sacando botones por los ojales de nuestros trajes.»

«¡Qué gran recurso para los novelistas es que los personajes se pongan a contemplar la luna! Si la luna no existiese, muchas novelas no se habrían podido escribir, ni siquiera ésta…»

«No pensó en que cuando una mujer que ha demostrado simpatía por un hombre expresa hacia él una súbita frialdad, es siempre porque ya le ha dado a ese hombre todo lo que es capaz de dar una mujer. Y una mujer sólo es capaz de dar lo que no le cuesta dinero; es decir, su organismo.»

«No queda más que morirse de asco.»

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Stephen King

La experiencia de escribir en «Misery» de Stephen King. DeBolsillo.

Nota previa: Stephen King es un gran escritor, por volumen de obra, por calidad de la misma o por cifras de venta. Esto no es un blog de crítica. Pero como es un gran escritor merece la pena escuchar los fragmentos de su obra en los que habla de la experiencia de escribir. Elijo fragmentos de Misery que poco o nada destripan sobre el contenido del libro.

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Stephen King, Misery. DeBolsillo. Traducción de María Mir.

Mi lectura:

«Una novela nunca fue para mis mujeres, ni para mi madre, ni para mi padre. La razón por la que los autores dedican sus libros es que su propio egoísmo les horroriza.»

«Recordó haberse sentado… Como siempre, tuvo el bendito alivio de empezar, una sensación que era como caer en un agujero lleno de luz radiante. Como siempre, tuvo la triste certeza de que no escribiría tan bien como quería hacerlo. Sintió el temor de no ser capaz de terminar, de avanzar contra un muro blanco. Le invadió la eterna sensación de alegría nerviosa, la maravilla del viaje que comienza.»

«La mayoría de los editores se parecían a las mujeres que entran en un taller de reparación y le dicen al mecánico que arregle un ruido muy extraño en el motor, que hace rum, rum, y que, por favor, lo tenga listo dentro de una hora. Una expresión de sincera concentración era adecuada porque los halagaba y cuando los editores se sentían halagados a veces renunciaban a algunas de sus ideas más disparatadas.»

«Cada vez que se había concedido un par de años para escribir otras novelas (lo que él consideraba su obra seria), al principio con certeza, luego con esperanza y finalmente con negra desesperación, había recibido un alud de protestas de esas mujeres. Muchas de ellas se consideraban su fan número uno. El tono de las cartas que le enviaban iba de la perplejidad, que de algún modo era lo que más dolía, al reproche y al abierta indignación. El mensaje siempre se repetía; No era eso lo que yo esperaba, no era eso lo que yo quería. Por favor, vuelva a Misery, quiero saber lo que está haciendo Misery. Podía escribir un moderno Bajo el volcán, Tess de los D’Urbervilles, El sonido y la furia… No importaría. Ellas seguirían queriendo su maldita Misery.»

«No puedo patinar ni dar un acorde en una guitarra que no suene a mierda. Dos veces he intentado el matrimonio y en ninguna lo conseguí. Pero si quiere alguien que lo saque del círculo, que lo asuste, que lo seduzca con una historia, que le haga llorar o sonreír, eso sí que puedo.»

«Porque los escritores lo recuerdan todo, Paul, especialmente las heridas. Desnuda a un escritor, señala sus cicatrices y te contará la historia de cada una de ellas, incluyendo las más pequeñas. De las grandes, se sacan novelas, no amnesia. Es bueno tener un poco de talento si quieres ser escritor, pero el único requisito auténtico es la habilidad para recordar la historia de cada cicatriz… El arte consiste en la persistencia de la memoria.»

«Lo reconocía incluso sentado frente a la máquina de escribir aquejado de una ligera resaca, tomando tazas de café y masticando Rolaids cada dos horas, sabiendo que debería dejar los malditos cigarrillos, al menos durante la mañana, aunque era incapaz de llegar al punto decisivo, meses antes de terminar y a años luz de la publicación. Siempre que lo conseguía acababa sintiéndose ligeramente avergonzado, manipulador. Los días pasaban y el agujero en el papel era pequeño, la luz débil, las conversaciones del entorno estúpidas. Uno seguía empujando porque era todo lo que podía hacer. Según Confucio, si un hombre quiere cultivar un poco de maíz, antes debe remover una tonelada de estiércol. Y un día todo alcanzaba las dimensiones de la evidencia y la luz brillaba como un rajo de sol en una epopeya de Cecil B. de Mille. Entonces, Paul sabía que allí estaba el tengo vivito y coleando. Se manifestaba de distintas formas: «Creo que me quedaré trabajando otros quince o veinte minutos, cariño, tengo que ver cómo sale de este capítulo.» Aunque el tipo que había dicho eso hubiera pasado todo el día trabajando y pensando en echar un polvo, y sabía que al terminar su trabajo encontraría a la mujer dormida.»

«La verdad era que el rechazo creciente a su trabajo por parte de la crítica como escritor popular, lo que suponía según él catalogarlo por debajo de un auténtico escribidor, le había hecho daño. No concordaba con la imagen que tenía de sí mismo como escritor serio que inventaba esos romances de mierda como subsidios para su VERDADERO TRABAJO. (…) ¿No se había vuelto por eso su narrativa seria cada vez más tenebrosa, como una especie de grito? ¡Mírenme! ¡Miren lo bueno que es esto! ¡Esto tiene una perspectiva dinámica! ¡ Esto tiene interludios de flujos de conciencia! ¡Este es mi verdadero trabajo, imbéciles!»

«No quiero convertirme a mí mismo en un personaje de ficción. Escribir puede ser una forma de masturbación, pero que Dios me libre de convertirlo en un acto de autocanibalismo.»

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Sergio Álvarez

Motivos para leer «35muertos» de Sergio Álvarez. Alfaguara.

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Sergio Álvarez, 35muertos, Alfaguara.

Mi lectura

Te están matando los años…

Cuando se le apareció El Divino Niño, mi mamá ni siquiera estaba en la camilla, gemía en un banco de madera junto a la entrada de la sala de partos a la espera de que alguna de las otras parturientas diera a luz y le dejara libre una cama para que ella  pudiera también parir. Las contracciones eran violentas y mi pobre vieja, que nunca tuvo dignidad para enfrentarse al sufrimiento, las combatía apretándose el estómago con las manos, llorando, gimiendo y maldiciendo el polvo que una noche de locura se había echado con mi padre. Alicia, eres una bendecida, dijo una voz que salió de la veladora que iluminaba el altar frente al cual las enfermeras del hospital rogaban al El Divino Niño que les ayudara a sortear con buena voluntad la falta de medios, medicamentos y médicos. Este chino marica ya me está haciendo oír voces, pensó mi pobre vieja y siguió quejándose. Pero, El Divino Niño no se había tomado la molestia de aparecer para dejarse derrotar por la primera duda de la elegida, sino para dejar claro porque, a pesar de su carita y su mirar inocente, había sido designado como el redentor de un país de asesinos. ¿No me reconoces, Alicia? Soy El Divino Niño, tu protector, insistió la voz. Mi madre abrió bien los ojos, fijó la mirada en la veladora y vio como en el fondo azulado de la llama empezaron a dibujarse el traje rosado, las dos manitas y el rostro infantil y puro de El Divino Niño. Alicia, darás a luz un hijo que no sólo te hará feliz y te llenará de esperanza, sino que, además, estará destinado a mostrarle el valor de la vida a este país enviciado con la violencia y la muerte. La siguiente contracción hizo dudar de nuevo a mi madre y la pobre cerró los ojos, volvió a sollozar y sólo cuando la naturaleza dejó de acosarla, volvió a mirar hacia la veladora. El Divino Niño le sonrió paciente y amoroso. Mira a tu derecha, le dijo. Mi madre, que en ese momento entró en éxtasis, giró el cuello y vio una caneca azul marcada con unas calaveras fosforescentes que indicaban el alto nivel tóxico de los desechos que iban a parar allí. Alicia, prosiguió El Divino Niño, apenas nazca tu hijo, sumérgelo en esas aguas y será inmortal. ¿Inmortal?, iba a preguntar desconcertada mi madre, pero, en ese momento, le volvió la contracción y volvió a llorar, a gemir y a maldecir y, cuando pudo abrir de nuevo los ojos, ya no había luces ni voces celestiales y la veladora se había apagado. Una sensación de tristeza y vacío invadió a mi vieja y habría muerto allí de desconcierto, si no es porque la siguiente contracción fue tan fuerte que la obligó a  entregarse al dolor, a dejar de resistirse y a permitir que yo le rasgara las carnes y apareciera por fin en este mundo. El cordón umbilical no lo cortó un médico, sino otra parturienta y la primera palmada no me la dio una enfermera, sino un policía que pasaba por el corredor en dirección al sector del hospital donde intentaban curar a otro policía que había intentado oponerse a que atracaran un banco. Apenas se retiraron los improvisados médicos, la vieja, todavía enamorada de la mirada celestial de El Divino Niño, me cogió de un brazo y me sumergió en la caneca. Empujaba con fuerza porque dentro no sólo había desechos líquidos, sino también gasas y otros materiales que hacían muy difícil que me hundiera por completo, cuando por fin apareció una enfermera. ¡Lo quiere matar, lo quiere matar!, gritó la mujer y a mi madre, que no la había querido atender nadie, la rodearon en menos de un segundo más de una decena de médicos, paramédicos, enfermeras y celadores. Así que, mi madre no tuvo dieta, sino que fue directo a la comisaría y yo me quedé varios días de juguete de las enfermeras, hasta que por fin un juez sintió lástima de mi pobre vieja y firmó la orden para que le dieran la libertad y para que recobrara mi custodia. Mi papá, que no quería a mi mamá y menos quería tener hijos con ella, se dejó ganar de la curiosidad y apareció un día por el cuartito oscuro donde vivíamos. Mi mamá, que seguía enamorada de él y era incapaz de ocultarle nada, le contó como había sido el parto, le explicó que jamás había querido hacerme daño, le describió con detalles la aparición y lloró confesándole que yo no era un bebé normal, sino un enviado divino. Ese cuento se lo creyó José que era marica y vivió hace mas de dos mil años, pero yo no, dijo mi papá y, convirtió la historia de mi inmortalidad en la excusa para irse furioso y no regresar jamás. Mi mamá se puso a llorar y para consolarse empezó a acariciarme y descubrió que mi cuerpo tenía un color oscuro muy firme y brillante, pero que el brazo del que me había agarrado seguía rosado como si aún hubiera acabado de nacer. Tanto se preocupó por esa diferencia mi vieja, que se acordó de un cuento que había escuchado en la casa de una de sus patronas y corrió a buscar un cuchillo. Ya verá el malparido del Manuel que este niño sí es inmortal y no sólo eso, sino que a diferencia del tal Aquiles, mi hijo no tendrá ninguna parte débil y, sin dudarlo, alzó el cuchillo y de un tajo brutal me cortó el brazo. Esa agresión ya no se la perdonó el juez y mi vieja fue a parar al manicomio. Sin quien me cuidara, terminé al cuidado de una incipiente congregación de monjas. Triste y solitario, pero jugando con las novicias, durmiendo cada noche con una monjita distinta, finalmente superé el desamparo y crecí gordo, cachetón y un poco distraído. Habría sido algo así como el mensajero nostálgico y agradecido de aquel convento, sino es porque la hermana Julia, la más bonita de todas las monjas, decidió que la mejor manera de celebrar mis primeros siete años de vida, era llevarme a ver una función de títeres. Comimos helados, paseamos por Chapinero, jugué en un parquecito y llegamos puntuales a la primera función del teatro de Pepe Mancera. Fue uno de mis días más felices y la hermana Julia habría logrado anotar una buena acción en su diario, si a la misma función no asisten los hijos y la mujer de un mafioso que era magnífico padre, pero que tenía la maña de no pagar las deudas que iba contrayendo con los demás mafiosos. Gozamos y reímos con La Bella Durmiente y cuando las caras de nostalgia de los papás y las caras de felicidad de los niños empezaron a buscar la salida del teatro, de los mismos asistentes salieron un par de matones, sacaron unas ametralladoras y apuntaron sobre la mujer tetona y sobre los hijos juguetones del mafioso. Las balas empezaron a sonar y cayeron los niños y cayó la madre, pero en un espacio tan cerrado y con unas armas tan aparatosas es difícil ser preciso y cayeron otras madres, otros padres y otros niños. Yo sentí las balas empujarme, las sentí rebotar y casi vi como una de ellas pegaba contra la pared, volvía a rebotar y se metía en la columna vertebral de la hermana Julia. Salí sin un rasguño, pero la hermana quedó inválida y aunque a todo el mundo le extrañó mi suerte, nadie, salvo yo mismo, se acordó de que mi madre insistía en que yo era inmortal. El cargo de conciencia hizo que me esmerara en acompañar y cuidar a la hermanita y tanto la atendí, que era yo quien iba junto a ella cuando, una tarde, cansada de la vida miserable de inválida, decidió lanzarse al paso de una volqueta. Calculó bien porque el impacto contra la volqueta acabó con la poca vida que le quedaba, pero calculó mal porque no pensó que yo la quería tanto que intentaría salvarla y que a mí también la volqueta me iba a lanzar por los aires. Por contemplar el milagro de cómo un niño había salido ileso de un terrible accidente, la gente olvidó el cuerpo destrozado de la hermana y sólo cuando una mujer histérica empezó a gritar, ¡está muerta, está muerta!, los curiosos se dieron cuenta de que el espíritu de la monja ya no habitaba en este mundo. Mas que alegrarse de mi salvación, las monjas del convento ataron cabos, alguien recordó la locura de mi madre y empezaron a intuir mi “satánica” naturaleza. Es mejor que no siga aquí, concluyó la madre superiora y antes siquiera de que enterraran a la hermana Julia, decidió entregarme al cuidado del padre que hacía las veces de confesor del convento. El padre se comportó como un verdadero padre colombiano y me puso al cuidado de la amante que le equilibraba las penurias del voto de castidad. No lo pasé mal, al contrario, me adapte rápido, disfruté de los juegos y las comidas con el padre, de la posibilidad de quedarme con parte de las limosnas para comprar caramelos y de los cuchicheos y los gemidos eróticos que arrullaban mis noches cuando todos nos íbamos a la cama y yo me hacía el dormido sólo para saber como se amaban un padre y una discreta y cándida feligresa. Fuimos una familia hasta que la muchacha llegó un día muy agitada, se encerró en el baño y, después de llorar y llorar, le anunció al padre que estaba embarazada. El escándalo que armó la improvisada suegra fue brutal y llenó de murmullos las misas y las tiendas que había alrededor de la iglesia, pero la muchacha se fue a tener el niño al mismo convento del que yo había venido y las aguas se calmaron y el único perjudicado de tanto alboroto fui yo. El obispo ordenó que debía cambiar los olores a incienso de la iglesia y la voracidad por las limosnas por el ambiente turbio y agresivo de un orfanato estatal. El orfanato fue una mala época, porque yo era débil y había sido criado entre mujeres y tuve que soportar muchos golpes y violaciones para entender que en este mundo se sobrevive golpeando primero y que una cosa es ser inmortal y otra muy diferente es ser invulnerable. De ese muladar humano, como es lógico, pasé a la calle y de la calle pasé a la carretera y de la carretera pasé a los pueblos y en uno de esos pueblos abandonados adonde iba en busca de olvido, calor y un poco de comida, pasé a la guerrilla. En el monte se comía mejor que en el orfanato o que en la calle y a pesar de las madrugadas, de las largas caminatas entre la selva, del exceso de disciplina, de los gritos y los abusos de poder de los instructores, esa vida me gustó y decidí quedarme. Aprendí a ser astuto, a camuflarme bien, a disparar con la mano que me quedaba, a esconderme para hacerme una paja con la misma mano y, a pesar de tanta carreta sobre el socialismo, fue en la guerrilla donde terminé por entender el valor del dinero. Tanto lo entendí, que me gané la simpatía del comandante de mi frente y el hombre empezó a utilizarme como correo humano para llevar y traer las ganancias que dejaban las extorsiones, los secuestros, el tráfico de coca y demás trabajos revolucionarios a los que nos dedicábamos. Estaba feliz, sentía que a los quince años me había convertido en un varón y hasta soñaba con el momento en que iba a descubrirles a los camaradas mi secreto y de ese modo convertirme en una verdadera leyenda revolucionaria cuando, un amanecer, mientras protegíamos una importante remesa de dinero, nos asaltó un grupo de enmascarados. Los manes aprovecharon que la mayoría de nosotros dormía y dispararon a mansalva sobre nuestros cuerpos y, para asegurarse de que no iba a haber sobrevivientes, a cada uno nos remataron con un tiro en la nuca. Me hice el muerto y cuando los manes se quitaron las máscaras, pude ver que quienes dirigían el asalto eran los dos hermanos menores de mi propio comandante. Eso me dolió, no podía creer que en el mundo pudiera existir tanta traición y si no me levanté e hice valer allí mismo mi condición de inmortal, fue porque ya había aprendido que la venganza siempre es más eficaz si se planea con tiempo, cuidado y cabeza fría. Los manes ni siquiera nos miraron, empezaron a buscar el dinero y, apenas lo tuvieron entre manos, se abrazaron de felicidad, brindaron con una botella de aguardiente que llevaba uno de mis compañeros y, abrazados y jubilosos, se marcharon. Detrás de ellos salí yo y, después de más de una semana de viajar por carreteras destapadas, ríos crecidos y de marchas solitarias por la selva, logré llegar al campamento de mi frente guerrillero. El comandante quedó pálido al verme llegar, pero disimuló y se sentó a escucharme. ¿Entonces, no le pasó nada?, preguntó incrédulo. Nada, contesté y le conté que era inmortal. El hombre se rascó la cabeza, me miró largamente y me pidió que me quitara la camiseta para examinarme. Con sus manos callosas tocó mi piel intacta y se convenció de que no le mentía. Si ve, ni un rasguño, le dije orgulloso. Asintió. Hazte al pie de ese árbol un momentito, me pidió. Le hice caso y el man sacó el revolver y me apuntó. Sonreí feliz, al fin y al cabo era la primera vez que iba a probar mi condición de bendecido voluntariamente. El comandante apuntó y el silencio mágico de la selva fue interrumpido por uno, dos, tres, cuatro y cinco disparos y por la carrerita que pegó mi comandante para rematarme con el sexto tiro. Si ve, mi comandante, no le estoy hablando mierda, le dije sonriente. El hombre me miró asustado, como si se le hubiera parecido un fantasma y me dijo: ¿qué quieres? Yo, que me sentía como el Che Guevara, pero inmortal, no entendí la pregunta. ¿Qué quiero de qué? ¿Pues qué quieres, por qué viniste?, insistió mi comandante. Pues por lealtad, porque no puedo traicionar la causa revolucionaria y mucho menos puedo dejar que sean sus propios hermanos quienes roben a un hombre que me ha enseñado tanto.  El comandante se rascó la cabeza. Te doy una gruesa suma de dinero si te marchas y no vuelves a venir jamás por esta región, me dijo. ¿Y no vamos a vengarnos, no vamos a recuperar el dinero que nos pertenece? No, dijo cortante. ¿Por qué no? Son mis hermanos, no los voy a mandar matar. ¿Y la causa? Ninguna causa, dijo al fin desesperado, aquí el problema es usted, si estuviera muerto, todo estaría bien. Entonces, ¿son cómplices? Eso a usted no le importa. Me dio tan duro oírlo que me sentí derrotado, cogí el dinero que me ofrecía y me marché. Sin rumbo y sin ideales, vagué por toda Colombia gastándome el dinero con el que habían pagado mi silencio y hasta me habría ido del país si en un bar de putas de Envigado no conozco a Índice, un matón que me cayó superbien porque cuando le conté mi historia, en lugar de burlarse de mí, me propuso hacer negocios juntos. Así usé el entrenamiento que había recibido en la guerrilla para convertirme en gatillero y triunfé porque arriesgaba al máximo para acercarme a la víctima y, como era lógico, jamás salía herido. La carrera con Índice prosperó y de sicarios pasamos a guardaespaldas, de guardaespaldas a tesoreros y de tesoreros a traquetos, minoristas pero ya traquetos. Al dinero en abundancia le siguió el placer y al placer el amor y terminé enamorado de Norys, la hermana menor del mismo Índice. El amor me dio más fuerzas y fuimos ganando espacio y nos fuimos enriqueciendo hasta pasar de mandar kilos a mandar decenas de kilos y estábamos a punto de dar el gran salto y convertirnos en verdaderos duros, cuando pasó lo que tenía que pasar: sufrimos un atentado. Fue brutal, no sólo habían puesto bombas debajo de nuestros carros, sino que apenas pasó el fragor de la explosión, de entre la humareda surgieron los matones y vi como nuestros mismos guardaespaldas nos fumigaban con plomo. Protegí con mi propio cuerpo a Índice y, con la ayuda de un par de hombres fieles, logramos huir y salvarnos. Nuestra reacción fue brutal, nos asociamos con aquellos que iban creciendo con nosotros, rescatamos nuestras habilidades de gatilleros y matamos a cuanto hijueputa consideramos culpable o sospechoso. Los muertos pusieron las cosas en su sitio y los enemigos nos llamaron a firmar una tregua y nos propusieron asociarnos en lugar de seguir peleándonos. Celebré haber alcanzado el último escalón profesional llevando a Norys de viaje por toda Colombia, mostrándole ya lleno de amor el mundo que había visto triste y miserable y si no seguimos paseando y contándonos pequeños detalles de nuestra vida fue porque Índice me mandó a llamar para la reunión donde sellaríamos la paz definitiva y donde nos repartiríamos la torta grande del negocio. Por esos días, andaba eufórico e imaginaba que por mi condición de inmortal no sólo me iban a nombrar jefe, sino que iban a darme la mayor tajada del negocio y ya soñaba con proponerle matrimonio a Norys y con los lujos que iba a darles a los hijos que íbamos a tener. Te vamos a dar un billete para que te retires, me dijo el mismo Índice cuando ya estuvimos reunidos. ¿Cómo así?, pregunté sorprendido. Como lo oyes, hemos estado hablando y nadie aquí quiere ser socio contigo, así que te vamos a pagar lo que quieras para que te retires. ¿Por qué?, insistí. ¿No lo entiendes? No, la verdad no. Porque eres inmortal. Y, ¿acaso eso no ha sido la gran ventaja? , pregunté. Para ganar la guerra sí, pero para hacer negocios, no. ¿Por qué? La coca no es negocio para inmortales, en esto uno debe matar y debe poder ser asesinado para que funcione, un inmortal desequilibraría todo. Me dio una rabia la hijueputa, que tal el güevón, zafándome después de que le había salvado la vida, me dije y saqué la pistola, pero más demoré en apuntarle que todos los guardaespaldas, mejor dicho, mis compañeros, en saltar sobre mí y desarmarme y cogerme a puños y a patadas y amarrarme para poderme neutralizar. Perdónanos, hermano, pero ninguno de nosotros estaría tranquilo si no te retiras, insistió Índice. Lleno de dinero, pero vencido, porque no podía ni siquiera ejercer el único trabajo que es rentable para un pobre en Colombia, fui a buscar consuelo donde Norys. Ella, que siempre corría a mi encuentro, casi ni me abre la puerta. No güevón, es que he estado pensando y hablando con mi mami y ¿una para qué quiere un marido inmortal?, ¿para que todo el mundo le huya? Y, además, para que una se vaya poniendo vieja y al hijueputa no la salga ni una arruga, no ¡que pereza!, me dijo y por la forma como me miró, supe que no sólo me había quedado sin trabajo y sin mujer. Lleno de rabia y resentimiento, viaje a Bogotá, al Veinte de Julio, al santuario de El Divino Niño. Sudando, incómodo del gentío entré y me senté en una de las bancas. Envenenado, oí el sermón del cura, acepté darle la paz a un par de güevones que había a mi lado y después, cuando la gente empezó a salir, fui adonde estaba la estatua de El Divino Niño y empecé a reclamarle. Le dije que no quería ser inmortal, que quería tener la oportunidad de ser normal, sentir el miedo a la muerte, poder hacer negocios, poder tener amigos, poder tener una mujer que me quisiera y poder tener un hogar y unos hijos. No. Tú eres mi profeta, me contestó la estatua. Yo no quiero ser profeta, por ser inmortal perdí a mi papá, perdí a mi mamá, perdí a mis benefactores, perdí a mis amigos, perdí mis negocios y hasta perdí la mujer que amaba. Ser inmortal en Colombia más que una bendición es una maldición, la peor de las maldiciones. Los designios divinos son inescrutables, debes tener paciencia, dijo cariñoso El Divino Niño. ¡Que va!, malparido hijueputa, que inescrutables ni que mierda, grité y escupí contra la urna de cristal que protegía la imagen. Pero El Divino Niño en lugar de mirarme ofendido, me miró con dulzura. Más furioso, saqué un bate de béisbol que llevaba y rompí la urna que protegía la estatua. Pero, en lugar de oír las protestas de El Divino Niño, oí las voces que gritaban ¡blasfemo, blasfemo! y sentí como empezaban a golpearme y a arrastrarme por el atrio de la iglesia y como me sacaban de la iglesia y me tiraban con desprecio sobre el suelo de la plazoleta. Seguido por la mirada furiosa de la multitud, sólo y desencantado de nuevo, me eché al hombro la tula con mi dinero y mis pertenencias y me paré enfrente de la iglesia y viendo la imagen inocente de El Divino Niño que se me volvió a aparecer, dije: ya verás malparido, no voy a ser tu profeta, esto no se va a quedar así…

*Mi agradecimiento al autor, que me envió este pasaje para evitarme la tarea de transcribirlo entero. Toda la novela está escrita así, usted verá lo que hace, lector.

Sergio Álvarez

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Eduardo Laporte

Motivos para leer «Luz de noviembre, por la tarde» de Eduardo Laporte. Demipage

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Eduardo Laporte, Luz de noviembre, por la tarde, Demipage

Mi lectura:

«Todas estas páginas no son sino otra pena en observación.»

«Sé más de la vida de Umbral, de Baroja, de Andrés Trapiello o de Miguel Sánchez-Ostiz que de la de mi propio padre. (…) Sé más de la vida de los autores de diarios y dietarios que de mi propia familia. No sabemos nada. Y a menudo ni siquiera sabemos que no sabemos.»

«Dejamos pasar los temas capitales –los nuestros- a cambio del artículo a doble página de Vargas Llosa sobre la Constitución Europea, o las opiniones de tal sindicalista sobre una reforma laboral que en poco me afecta cuando ni siquiera cobro el paro. Pasan los domingos, los años y no sabemos cómo se conocieron nuestros padres o nuestros abuelos.»

«Nunca sabemos cuál va a ser el último. En la numeración tan exacta de las velitas rojas y blandengues de cumpleaños no se aclara si al 1 le seguirá el 2, el año siguiente. Mi padre se plantó en el 51, el 15 de agosto de 2000.»

«Le regalé un estuche de acuarelas Van Gogh. Noté que me las regalaba más bien a mí. Yo notaba cosas raras, porque empezaban a pasar demasiadas cosas raras.»

«Nos fatiga no poder comulgar con las palabras de alivio de los funerales, esa lógica que se le da a la muerte, porque la muerte nos apena aún más por su falta de sentido, porque nos sabe a libro inacabado y sin moraleja.»

«Ver su cara sin ya nada detrás me dolió, como el entender que su carne habría entrado ya en un proceso de putrefacción sin retorno.»

«La música se desliza de los oídos a todo el cuerpo, como una miel intravenosa y lubricada.»

«Porque un día abriría la puerta, ebrio de necesidad, y lo echaría en falta, a él, a ella, a los dos, porque con su marcha se iba toda la representación paterna, se borraba del mapa esa generación, ese nivel genealógico. No tengo padres, certificaría, una noche parecida a esa. Me igualaría al colectivo de los ancianos, con el vértigo de no sentir ya nadie por encima de ti, solo que con 20 años y no con 80.»

«Una de esas conversaciones de hospital que siempre escoran hacia lo bueno, conversaciones sonrientes.»

«Un egotismo incesante determina mis lecturas, porque leo para encontrarme, y luego una escritura donde entro y salgo a mi antojo, como en una particular fiesta privada de uno.»

«Las casas, aprendí, no están preparadas para la enfermedad.»

«Soplaba un aire bastante insoportable. Porque el viento te impide la abstracción, la contemplación absorta, te pega a la realidad, en un prolongado estado de tensión.»

«Los estados intermedios nos dejan en un limbo que puede condenarnos, cuando menos, a la inacción. A un pesado malestar con el que nos acostumbramos a convivir.»

«Las personas buenas tienen algo de condena perpétua, y ellas lo saben.»

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Nick Hornby

Motivos para leer «Alta fidelidad» de Nick Hornby. Anagrama

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Nick Hornby, Alta fidelidad. Anagrama. Traducción de:  Miguel Martínez-Lage

Mi lectura:

«Esto de estar deprimido es estupendo: te puedes portar como un cerdo si te apetece.»

«Mis cinco rupturas amorosas más memorables, las que me llevarían a una isla desierta, por orden cronológico: 1. Alison Ashworth. 2. Penny Hardwick. 3. Jackie Allen. 4. Charlie Nicholson. 5. Sarah Kendrew. Éstas son las únicas que realmente me dolieron. ¿Qué, Laura? ¿No está tu nombre en esa lista? ¿No lo ves?»

«Era como si las tetas fueran objetos que uno pudiera poseer, sólo que habían sido inconcebiblemente anexionados por el sexo opuesto; era como si nos pertenecieran por derecho propio, como si quisiéramos que a toda costa nos fuesen devueltas.»

«Es muy difícil resistirse a alguien que te encuentra irresistible.»

«¿Qué fue primero, la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?»

«La verdad es que nunca me he recuperado del pasmo que me supuso descubrir que las mujeres son como son, que hacen lo que hacen y que desde luego pasa lo que pasa: se reservan las mejores prendas para esas noches en que saben que van a dormir en compañía. Cuando vives con una mujer, esas prendas indefinibles, esos trozos de tela desvaída, encogida, habitualmente comprados en las rebajas de Marks & Spencer, aparecen de pronto colgados de todos los radiadores de la casa, y tus lascivos sueños de adolescente, tu idea de que la edad madura iba a ser un tiempo en el que estarías rodeado de lencería exótica para siempre jamás…, todos esos sueños se desmoronan y se hacen polvo.»

«La música sentimental tiene la especial cualidad de llevarte hacia atrás en el tiempo a la vez que te lleva hacia delante, y por eso te sientes nostálgico y esperanzado a la vez.»

«Tengo asumido que uno no puede ser bueno en todo, lo comprendo: sé que tengo una trágica carencia de habilidad y de conocimientos en cuestiones muy importantes. De todos modos, el sexo es distinto: saber que tu sucesor es mejor que tú en la cama es algo imposible de asumir, y sigo sin saber por qué.»

«Que mis amigos no parecen amigos de verdad, sino personas cuyos números de teléfono no he perdido con el paso del tiempo.»

«Vi cómo iba perdiendo ella todo interés por mí, así que me puse a trabajar como un descosido para recuperar ese interés, y cuando lo hube recuperado volví a perder todo el interés por ella.»

«Lo que más me gusta del sexo es que me puedo soltar, me puedo perder por completo. El sexo, a decir verdad, es la actividad más absorbente que he descubierto desde que soy adulto.»

«Tenemos que ser infelices o si no vivir en éxtasis, en un estado de completa felicidad, y esos son estados difíciles de alcanzar dentro de una relación de pareja sólida y estable.»

«Llevo pensando con la polla desde los catorce años, y si he de ser sincero, pero sólo entre tú y yo, que no se entere nadie más, he llegado a la conclusión de que mi polla tiene un cerebro de mosquito.»

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Manuel Jabois

Motivos para leer «Manu» de Manuel Jabois. Pepitas de Calabaza.

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«Manu», de Manuel Jabois. Pepitas de calabaza.

Mi lectura:

«Necesitaba una novela o un hijo, y era tanta mi pereza ante el ordenador que me puse a follar.»

«Hago unas lecturas tan magníficas en las bodas que incluso después de casarme con Estrela todavía hay quien se acerca, con verdadera admiración, y me pregunta: Tú eres el que habló en la boda de Estrela, ¿verdad?»

«Yo quería que la barriga de Ana fuera una pecera para pasar nueve meses delante de ella sin interrupción.»

«En nueve meses el niño engordó tres kilos cuatrocientos y yo doce; en cierto modo habíamos tenido cuatrillizos. De vez en cuando todavía patean en el estómago cuando se acaban en casa las palmeritas de chocolate.»

«El principal valor de mi opinión es que es completamente inesperada, de tal forma que tengo que leerla yo muy despacio al día siguiente para saber a qué me estoy ateniendo por si hay que defenderla.»

«Yo creo que el pacto del articulista es con el lector, y es por lo demás un pacto complicado que sólo se logra si el lector asume que no vas a estar toda la semana dándole la razón como a los locos.»

«Se formaban como dos grupos: estaba la gente interesante y los que teníamos que ganarnos el derecho a interesar.»

«A mí esa cultura de que queden los hombres para tomar un café y hablar, o de los que se acaban de presentar y deciden dar un paseo, me parece un signo de barbarie. En veinte años no he quedado con un solo amigo si no es para beber. Si alguien quiere hablar, que hable, pero yo para escuchar tengo que beber.»

«Pensé en aquel médico tan preocupado:

-¿Ha consumido alguna vez drogas?

-No. Y cada vez menos.»

«Por lo demás, a veces paseando ella me acariciaba la espalda hasta bajar un poco, pues los pantalones me quedaban flojos, y en una de esas le pedí que a ver si me podía meter el dedo, porque era seguro que millones y millones de turistas habían conocido París como yo la estaba conociendo ahora, pero ninguno la recorrió con un dedo metido en el culo. Esta ciudad tiene que ser maravillosa verla así, le decía, y fantaseaba con la idea de llegar a Pontevedra y no poder sentarme: Disculpa que me quede de pie, pero es que he estado viendo París.»

«Mis abuelos envejecieron a buen ritmo y sin elegancias estupendas, cosa que fue de agradecer porque no hay impostura peor que la de bracear contra el tiempo.»

«Hago fuerza yo ahora, también entre gritos, para contener el lirismo y no desatar una escritura modernista con la que fagocitar el parto de ella, y es de algún modo una suerte de parto inverso: el escritor que expulsa hacia dentro las metáforas para no estropear lo que ve.»

«Ya en el parto (del verbo partir, marchar) se confunde el dolor y la felicidad.»

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Antonio Muñoz Molina

Motivos para leer «Todo lo que era sólido» de Antonio Muñoz Molina. Seix Barral

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Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido. Seix Barral

Mi lectura:

«Cuando la barbarie triunfa no es gracia a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.»

«Eso es lo único en lo que la democracia de 1978 se parece de verdad a la de 1931: ninguna de las dos contó con la lealtad verdadera de las fuerzas políticas que le debían su existencia y que hubieran debido sostenerlas.»

«Con una economía especulativa se corresponde sin remedio una conciencia delirante.»

«No eran expertos en economía sino en brujería. Les hemos creído no porque comprendiéramos lo que nos decían sino porque no lo comprendíamos, y porque la oscuridad de sus augurios y la seriedad sacerdotal con que los enunciaban nos sumían en una especie de aterradora reverencia.»

«Creemos que ocupan posiciones tan levantadas de poder porque son muy inteligentes. En realidad nos parecen muy inteligentes tan sólo porque tienen un poder inmenso.»

«Uno de los rasgos más sorprendentes de la innumerable clase política española es la conformidad. Los dirigentes de cada partido son reelegidos una y otra vez con unanimidades norcoreanas.»

«Nadie explicaba que cuando un ayuntamiento o un gobierno autónomo o el gobierno central tenían que pagar un plazo de cualquiera de sus préstamos lo que hacían era pedir otro préstamo, de modo que a cada pago la deuda crecía en lugar de disminuir. Nadie explicaba que el dinero que prestaban los bancos a los particulares para comprar sus casas esos mismos bancos lo tomaban prestado de otros bancos extranjeros. Pero el dinero tiene la cualidad de borrar cualquier duda sobre su procedencia.»

«Levantar la voz contra aquella degradación de la vida cívica lo convertía a uno en algo peor que un reaccionario: en un aguafiestas. Si hay algo en España de lo que no se puede disentir es del totalitarismo de la fiesta, en el que se confunden con entusiasmo idéntico la izquierda y la derecha.»

«En algún momento de aquellos años la cultura dejó de ser algo que una persona adquiría con su esfuerzo personal y se convirtió en el ámbito colectivo en el que se hacía.»

«Para amar una lengua y defender su perduración y su vitalidad no hace falta considerarla la emanación del alma de un pueblo; ni siquiera creer en las almas, ni en los pueblos.»

«Hay nacionalistas españoles, desde luego, y pueden ser bastante desagradables; pero no por españoles, sino precisamente por nacionalistas.»

«El hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo nuestro

«Es su negación puritana y tajante de todo lo que parezca español el rasgo más español de los nacionalistas que niegan no sólo cualquier atisbo de lealtad a España sino la misma existencia de ese país cuyo nombre no pronuncian nunca, a no ser como insulto.»

«Victimismo y naricisismo son dos de los rasgos del nosotros intacto que las clases políticas y sus aduladores y sirvientes intelectuales han levantado en cada comunidad, proscribiendo o dejando al margen no sólo cualquier referencia favorable al marco político común sino casi cualquier noción adulta de ciudadanía.»

«Envuelto en la oportuna bandera un delincuente es un héroe.»

«Cualquiera que se declare independiente es todavía menos de fiar que el visible adversario.»

«La primera inquietud de quien se manifiesta en público es dejar bien clara su adscripción partidista, no sea que caiga en peligro de ser visto como sospechoso, o como dudoso. Antes de adoptar cualquier posición hay que asegurarse no de su racionalidad o de su justeza sino de que se distingue bien claramente de la del adversario.»

«Es muy difícil llevar la contraria en España. Llevar la contraria no a los del partido o a los del bando contrario, sino a los que parecería que está en el lado de uno.»

«Cómo es que ese ruido no nos atronaba. Qué veíamos, en qué estábamos pensando. Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo cómo es que no me fijé en lo que sucedía, en lo que tenía delante de los ojos, lo que se publicaba en el periódico que yo compraba y creía leer fielmente cada mañana cuando estaba en España.»

«Jamás reparé en que hubiera día tras día tantos anuncios a toda página de coches de lujo, de cruceros en invierno y de clínicas de cirugía estética. Cada mañana pasé la página de un anuncio de BMW o Volvo sin fijarme en el texto que se repetía a diario: Estás en tu mejor momento. Que nadie nos lo arruine.»

«En el periódico del 2 de febrero de 2007 había veintiocho páginas de anuncios de venta de viviendas. En el de hoy no se anuncian.»

«Hay que tener cuidado con aceptar distraídamente la normalidad porque puede que se descubra retrospectivamente que era una normalidad monstruosa.»

«La misma generación que creció sin derechos quiso inventar un mundo en el que no parecían existir los deberes.»

«La democracia tiene que ser enseñada, porque no es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos.»

«La información no trataba de las cosas que sucedían, sino de lo que los políticos tenían que declarar sobre ellas y lo que los opinadores opinaban sobre lo que los políticos habían declarado.»

«La expresión apostar por se ha usado y se usa mucho en este país lleno de tahúres. El ruido que hacían en Nueva York se escuchaba sobre todo en las localidades de origen. Lo que quedaba en Nueva York no era la imagine, ni la marca, ni el ruido, ni la apuesta, sino el mucho dinero que todo aquello costaba.»

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Knut Hamsun

Motivos para leer «Victoria» de Knut Hamsun. Nórdica.

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Victoria, de Knut Hamsun. Nórdica. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

Mi lectura:

“De mayor quería fabricar cerillas. Sería maravillosamente peligroso, podría llegar a tener tanto azufre en los dedos que nadie querría darle la mano para saludarlo. Gozaría de gran respeto entre sus compañeros por su siniestro oficio.

“El día está llegando, amanece, una vibrante y azulada mañana de septiembre.

Los álamos susurran suavemente en el jardín. Se abre una ventana y se asoma un hombre canturreando. No lleva chaqueta, contempla el mundo como un loco sin vestir que durante la noche se ha emborrachado de felicidad.

Se aleja de repente de la ventana y mira hacia la puerta; alguien acaba de llamar. Grita: ¡Adelante! Entra un hombre.

¡Buenos días!, dice Johannes.

Es un señor mayor, está pálido y furioso y lleva una lámpara, porque aún no ha amanecido del todo.

Una vez más quiero preguntarle, señor Johannes, si esto le parece razonable, balbucea el hombre muy alterado.

No, contesta Johannes. Tiene usted razón. He estado escribiendo, me sentía muy inspirado, mire todo lo que he escrito, he sido afortunado esta noche. Pero ya he acabado. Entonces abrí la ventana y canté un poco.

Berreó, die el hombre. En mi vida he oído a alguien cantar tan fuerte, ¿entiende? Y en mitad de la noche.

Johannes coge un puñado de papeles de la mesa, hojas grandes y pequeñas.

¡Mire!, grita. Como le digo, nunca he estado tan inspirado. Era como un prolongado relámpago. Una vez vi un relámpago siguiendo a un cable telegráfico. Dios mío, parecía una sábana de fuego. Así venía hacia mí durante toda la noche. ¿Qué puedo hacer? No creo que usted tenga ya nada en contra de mí sabiendo lo que me está pasando. Estaba aquí sentado, escribiendo, ¿sabe? sin moverme ni hacer ruido, pensando en usted. Pero llegó un momento en que dejé de pensar, era como si el pecho me estallara, tal vez me levantara, tal vez me levantara una vez más en el transcurso de toda la noche a dar un par de vueltas por la habitación. Estaba tan contento…

Anoche no le oí tanto, dijo el hombre. Pero es imperdonable abrir la ventana a estas horas de la madrugada y berrear de esa manera.

De acuerdo. Sí, es imperdonable. Pero ya se lo he explicado. Debe saber que he pasado una noche sin igual. Ayer (…)

Bueno, no quiero hablar más con usted, dice el hombre, irritado y desesperado. He hablado con usted por última vez.

Johannes lo retiene en la puerta.

Espere un momento. Debería haber visto cómo se le ha iluminado la cara, como por el sol. (…)

La ciudad entera duerme aún.

Sí, es temprano. Quiero regalarle algo. ¿Lo acepta? Es de plata, me la han regalado. Una niña a la que un día salvé la vida me la regaló. ¡Tenga! Caben veinte cigarrillos. ¿Ah, no? ¿No quiere aceptarla? Entiendo, usted no fuma, debería probarlo. ¿Puedo ir a verlo mañana para pedirle disculpas? Me gustaría hacer algo por usted, rogarle que me perdone…

Buenas noches.

Buenas noches. Me acuesto ya. Se lo prometo. No saldrá de este cuarto sonido alguno. Y tendré mucho cuidado en el futuro.

El hombre se marchó.

De repente Johannes volvió a abrir la puerta y añadió:

Por cierto, me marcho. No le molestaré más, me marcho mañana. Se me había olvidado decírselo.

No se marchó. Varios asuntos lo retenían, tenía algunas gestiones que hacer, algo que comprar, algo que pagar, llegó la mañana y llegó la noche. Johannes deambulaba como enajenado.”

Victoria, Hamsun, Nórdica

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Manuel Vilas

Motivos para leer «El luminoso regalo» de Manuel Vilas. Alfaguara

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Manuel Vilas. El luminoso regalo. Alfaguara.

Mi lectura:

«Copular: arder en otro.»

«Escupe, amor mío. Escúpeme. Come mi hígado. Come mis huesos. Cómeme. Eso os decíais, hagamos el amor con nuestros órganos invisibles, aquellos que nunca han visto la luz. Querías follarte su hígado, meter allí dentro tu polla. Quiero chuparte el corazón, quiero meter mi coño allí, encima de tu corazón. Necesitáis cirujanos que abran vuestros cuerpos y junten vuestros órganos. Lo que ansiáis necesita la alta cirugía del futuro. Querías que tus dientes fuesen sus dientes. Querías que tu vesícula fuese su vesícula. Querías olerle el culo y las axilas hasta el final. Querías conocer todos sus olores. Querías su intestino, su riñón, su esófago, sus vísceras, sus venas. Así folláis vosotros. Nadie folla así. Pero si no has follado así no has estado vivo jamás.»

«Dios y su hijo el Gran Jesucristo y Giacomo Casanova querían tu felicidad. Y te enviaban mujeres, docenas de mujeres.«

«La naturaleza castiga la promiscuidad, la castigó con la sífilis en el siglo XIX, con el Sida en el siglo XX, y la castigará de otra forma en el siglo XXI, para proteger un orden, no es una cuestión moral, tiene que ver con las matemáticas celestiales, unas matemáticas inmorales, de ordenamiento, no una ética.»

«Porque comer coños es lo único que sabes hacer y eso es bueno y Dios sabe que eso es bueno y su hijo el mismísimo Jesucristo también lo sabe: entrar en esa oscuridad, que es belleza e infinito, y también es nada. Jesucristo también se dejó crucificar por eso, por salvar eso.»

«Te atendió una manceba bellísima, morena y simpática, una mujer de unos veinticinco años, con la que te hubieras casado en ese momento y al minuto te hubieras divorciado de ella.»

«Solo puedes entender la exposición pública permanente de hombres y mujeres hermosos. Eso es no perder el tiempo. Vernos. Vernos mucho todos y todas. Estar viéndonos todo el rato. Bien vestidos, muy arreglados, con ropa chula, con alegría en los ojos, conversando con pasión desbordada, hombres y mujeres a punto de irnos a follar en el lavabo de los millones de bares maravillosos que hay sobre la Tierra, lo que fuese, a punto de besarnos fuertemente. Así siempre, en una exhibición sin fin.»

«Tu niña está durmiendo pensando en grandes paraísos celestiales en donde sus padres son columnas doradas.»

«Sabes que hay una parte de ti, un 99,5 por ciento, es decir, casi todo tú, que pertenece a Elena, tu mujer. Pero ese 0,5 restante no tiene dueño. Amas a Elena más que a ti mismo. No te importaría dar tu vida por ella, ojalá alguien te lo pidiera, ojalá estallara la Tercera Guerra Mundial y te vieras obligado a dar tu vida por Elena, lo harías sin pensarlo un segundo y morirías en estado de santidad y descansarías para siempre de las mujeres.»

«¿Y quién es el mismísimo Dios sino un soltero, tal vez el soltero de oro? La soltería creó el universo, creó la materia, pero no la vida. La vida surgió de la dualidad. La materia no tenía sexo ni enfermedad ni muerte. El sexo es enfermedad porque se convierte en vida y la vida es enfermedad.»

«Ahora sabes que no te movía la fama en sí, sino que te vieran más mujeres. Todo eran mujeres. Todas las mujeres. Tu foto en la prensa era eso: más mujeres.»

«Adolf Hitler era el anciano que yacía en la cama y levantaba la mano hacia el monolito, y dentro del monolito estaba el alma de Eva Braun, el misterio del amor. Regresaban los dos amantes y con ellos cincuenta millones de cadáveres. Los cadáveres y el amor eran la misma cosa. Y el Universo seguía inalterable. Es imposible que el Amor humano altere el Universo.»

«Cómo es posible que una mujer que lee tu obra tenga la desfachatez de tener novio.»

«El Estado español y la Unión Europea deberían llevar una contabilidad costal de sus ciudadanos y multar a quienes no acreditasen suficientes coitos semestrales.»

«Todos mentimos y la mentira no altera el orden de la Materia. No altera las montañas ni los mares ni los planetas ni a los muertos. Puedes llegar a entender la mentira. Entenderla, e incluso amarla. La mentira es la palabra de los pobres. Los pobres mienten.»

«Millones de mentiras que son como bisagras que unen a hombres y mujeres.»

«Los amantes esconden sus dentaduras defectuosas por temor a no ser besados.»

«Mientras ibas en el taxi que te llevaba al hotel le pusiste un WhatsApp a Ester que decía así: Solo le pido a Dios y a su mismísimo hijo el Gran Jesucristo que no estés follando con otro.»

«¿Hemos tenido padre? ¿Hemos tenido madre? Parecía una ficción. En realidad, procedemos de actos eróticos perdidos en el tiempo, de penetraciones y de eyaculaciones y fecundaciones de las que no hay registro en ningún sitio. No sabemos si fuimos concebidos en un orgasmo luminoso, en un acto rutinario, en un coito feroz, desconocemos nuestro verdadero origen.»

Luminoso Regalo Vilas

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Guido Ceronetti

Motivos para leer «El silencio del cuerpo» de Guido Ceronetti. Acantilado.

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Guido Ceronetti. El silencio del cuerpo. Acantilado. Traducción de J. A. González Sainz.

Mi lectura:

«Dice un viejo médico: la salud es un estado precario del hombre, que no promete nada bueno.»

«Si el aborto es un asesinato, habrá al menos el atenuante de la legítima defensa.»

«La mujer tenía su pálida felicidad segura: abandonar completamente su improbable ser a los intentos del hombre de construir el suyo propio, convertirse en material de éste; desde que se esfuerza por construirse con sus solas fuerzas va a pescar en los grandes mares de la infelicidad del hombre, hombre agujereado, que se hunde inmediatamente.»

«No tuve nunca un dolor tan grande, decía Montesquiu, que no me lo quitara una hora de lectura. He ahí al verdadero literato.»

«Un curandero de Turín ha vivido con una sifilítica sin que ésta llegara a contagiarle nunca, asegura que si hay amor no se adquiere el contagio. La mujer contagiada es mortífera sólo para quien no la ama.»

«Si el Mal ha creado el mundo, el Bien tendrá que deshacerlo.»

«La pierna que te lavas esta mañana puede ser la que te corten mañana. (Pero que al menos el cirujano diga: vaya pierna más limpia.)

«Susan Atkins asegura que Sharon Tate, de tanto implorar y suplicar que no la mataran, parecía una máquina de la IBM: «Cansada de oírla, la apuñalé.» Ludismo.»

«Atila murió en una boda, después de una buena cogorza, a consecuencia de una hemorragia de nariz durante la noche.»

«Si un niño maltrata a un animal, aunque éste sea grande, hay que pegarle, porque el más fuerte y el más malo es él.»

«El hombre se atreve a permitirse todavía crueldades, cuando comete ya tranquilamente y repetidamente el acto más cruel de todos: engendrar, dar a los horrores de la vida seres que no son y no padecen dolores.»

«Llevamos doscientos años en los que, con todos los medios posibles, se airean ante las muchedumbres imágenes de sufrimiento para desencadenar sus capacidades para producir otros peores.»

«Un deportado en Mauthausen cuenta que los deportados que en sueños se veían camino del regreso, o ya llegados, no sobrevivieron.»

«No sólo el fantasioso Platón, sino también Hipócrates, creían en la migración del útero, animal ávido de engendrar, que por deseo de semen se pone a viajar de un sitio a otro provocando la Histeria; pero es una forma para significar que todo el cuerpo femenino está afectado por el útero.»

«Una mujer que tiene un perro muy grande, que la ama y es extremadamente celoso de ella, trae a casa a unos gatitos a los que colma de caricias: el perro, después de una breve y difícil coexistencia, los destroza. Así tiene ella la prueba del amor de su perro, porque ha hecho de él un asesino.»

«Contarle un sueño al retrete es purgarse de él, descargar la mente, como se descarga el cuerpo, en el lugar idóneo. Desde hace muchos años practico este método y se lo aconsejo a quien no sea supersticioso. El retrete es un médico honesto y un amigo fiel.»

«El hombre s más complicado que la mosca, que devora excrementos allá donde los encuentra. El hombre coprófago los busca en el cuerpo y los quiere recibir del cuerpo, como parte viviente de ese cuerpo deseado, manoseado en su intimidad alquímica más oscura.»

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